miércoles, 2 de septiembre de 2009

Capítulo 5 : Hogar, dulce hogar.

Charlie tocó a la puerta dos veces. Nada, silencio. Espero oír algunos pasos, alguien que le abriese la puerta... pero nada. Tras pasar unos minutos plantado en frente de la puerta de su casa, recordó que no había nadie que le pudiese abrir, Marie y John estaban de compras por el centro de la ciudad. Sacó perezosamente las llaves de su bolsillo y abrió la puerta. La casa se encontraba silenciosa. Era una casa bastante grande, como todas las de la zona, clara y con muebles modernos y vanguardistas. A John le encantaban los muebles de último diseño, él era decorador y cada no mucho tiempo hacia un lavado de cara a su casa. Sus hijos ya se habían acostumbrado al olor a nuevo y a la pequeña incomodidad que producían los muebles nuevos.
Aquella era su casa, la casa que siempre le reconfortaba, se sentía bien cuando traspasaba sus paredes. Era su hogar aunque cambiara tanto, era su verdadero hogar.
Pero, esta vez, no sintió nada de aquello. Estaba confuso y algo asustado. Estaba acostumbrado de que todas las chicas se rindieran a sus pies, era su especialidad, nunca había sido rechazado. Sentía un gran sentimiento de tristeza en su interior. Tampoco había tenido aquella sensación antes, aunque no había tenido oportunidad de sentirla en sus carnes. También sentía grandes cosas por aquella chica, cosas que nunca había sentido por otra. Subió a su habitación, cerró la puerta y puso su equipo de música a todo volumen. Se tumbó en la cama, esperando despejar su mente.



La noche apareció como cualquier día, el cielo se oscureció por completo, dejando atrás aquel lila rosado. En la casa de Evangeline estaba todo en silencio, parecía que no hubiera ningún alma. Pero, allí estaba ella, encogida en un rincón, mejor dicho, “su” rincón. Se encontraba en el pasillo del segundo piso, en un pequeño armario que estaba en una esquina, un armario que tapaba un pequeño agujero que daba a una especie de almacén oscuro. Allí estaba ella.
No quería salir de allí, se sentía realmente avergonzada, ¿qué había estado a punto de hacerle a aquel chico? ¿Acaso... no podía cumplir su promesa?
Se sintió fatal, ella sabía que podía conseguirlo, ella sabia quw podía ser algo más, no solo ser arrastrada por sus instintos y hacer lo que le obligaban a hacer, debía ser fuerte.
Mientras se daba ánimos, recordó la pequeña conversación que habían tenido su hermano y ella.
>>- Evangeline, -susurró Sebastian, entrando sigilosamente a la habitación- ¿quién era ese chico?
- Nadie. –Respondió bruscamente ella, con los ojos fijos en la ventana. Pasaron unos muy incómodos, era normal entre aquellos hermanos. Él suspiró y ella respondió, intentando tranquilizarlo -Sólo era un compañero de clase.
- Entonces si que era alguien –concluyó el hermano. Se acercó a su hermana, posando su mano en su hombro.- ¿De verdad quieres seguir con esa estupidez? Aquel chico era una buena oportunidad...
- Yo no soy como tú –dijo con seriedad Evangeline y se giró a él.- Y lo sabes muy bien.
Él cogió a su hermano por los hombros muy fuerte, acercándola a él.
- Tú eres más como yo que como ellos, debes de metértelo en la cabeza de una vez. – El rostro bello de Sebastian se crispó, pero aún seguía hermoso. Suspiró profundamente y se dirigió hacia las escaleras con sus perfectos andares. -Haz lo que quieras, pero nunca lo conseguirás, Evangeline, es una simple leyenda, nadie lo ha conseguido y nadie lo conseguirá.
- ¡¿Y tú cómo sabes que nadie lo ha conseguido?! –su voz llegó al menos hasta dos octavas más alta.
Los hermanos se miraron, furiosos y desviaron la mirada. Sebastian miró por la ventana y vio como oscurecía.
- Hablaremos de esto luego –concluyó él.
- No tenemos nada que hablar, sabes perfectamente que no funciona nada que te comportes como si fueras mi padre, ni siquiera eres mi verdadero hermano.
El rostro de Sebastian se crispó todavía más y fue, en un visto y no visto, se tiró encima de ella, y la estampó contra la pared, aguantándola por el cuello. Evangeline, sin darse cuenta de nada hasta que notó la pared en su espalda, estaba con los ojos abiertos completamente mientras intentaba zafarse de aquella dura mano que le aplastaba.
- P-p... pa-para... ¿q-que te crees que estás ha-haciendo? –preguntó a duras penas.
- Intento enseñarte que no debes hablarme así.
- Suelta-me... si se enterara Patrick estarías acabado... –dijo Evangeline con una pequeña sonrisa.
- Igual que si se entera él que no estás tomando sangre humana... se sentirá muy decepcionado contigo –contraatacó Sebastian, apretándola un poco más contra la pared. Ella soltó un pequeño gemido.
- ¡Suéltame! ¡Así estamos en paz, ¿no?! Yo no le digo nada y tú no le dices nada... Así no es como deben comportarse los hermanos...Él giró la cabeza y la dejó caer. Cayó al suelo y se quedó ahí, sin moverse del sitio, tocándose delicadamente el cuello dolorido. Sebastian salió por la puerta. Ya era casi completamente de noche, las pocas estrellas se podían ver. Evangeline miró temerosa por la puerta, sintió miedo, nunca le había visto así.>>

Poco a poco, Evangeline taba como sus párpados se iban bajando y bajando... los encontraba muy pesados, pero a la vez no se sentía cansada, estaba nerviosa, estaba... sedienta. No, tenía que aguantar, da igual lo que pasara, tenía que aguantar...



Sonó el móvil, despertando a Charlie. Se movió bruscamente y se levantó rápido. Estaba confuso y sudando, había tenido una pesadilla terrible... Recordó lo que le había despertado... el móvil, ¿dónde está el móvil? Rebuscó entre las sábanas hasta que lo vio encima de la mesilla de noche. Miró el número, era Mike, ¿qué quería?
- ¿Mike?... ¿Qué quieres a estas horas? –preguntó con voz soñolienta.
- ¿Estas horas? ¡Sí son las ocho de la tarde! Venga, ven a mi casa que está aquí Dean.
- ¿A tu casa? La idea parece atractiva pero con tu hermana por ahí... mal royo.
- No te preocupes... no está, ha salido con unas amigas.
- Madre mía... y el primer día de colegio y saliendo por ahí –dijo Charlie con sarcasmo.
Se escuchó una carcajada de Mike.
- Baah, pero mejor, ¿no?
- Claro, ahora mismo voy para allá.
Colgó el teléfono y se levantó rápidamente. Se giró y vio su cama arrugada, pasó las manos por encima de las sábanas para dejarla algo presentable, aunque no lo consiguió. Pasó de hacerlo y abrió la puerta,... cuando se encontró con su hermana pequeña con unas gafas raras puestas.
- ¿Adónde vas? –preguntó, mientras se bajaba las gafas hasta la nariz. Charlie la miró con cara rara.
- Me voy a casa de Mike, ¿por?
Marie se volvió a colocar las gafas y empezó a dar un pequeño paseito por el pasillo. De un lado a otro, de un lado a otro...Charlie suspiró, se estaba cansando de los numeritos de su hermana.
- Bueno, me voy... que te vayan bien... –dijo mientras esquivaba a Marie- ¡ah! Y recuerda, quítate esas gafas tan feas cuando bajes por las escaleras, si no, te vas a caer seguro. –Y salió corriendo, bajando las escaleras a toda velocidad y saliendo disparedo por la puerta.
- ¡Eh! ¡Espera! –dijo persiguiéndole, pero su hermano era más rápido... se rindió y se quedó en la puerta. -¡No son feas, son las de Luna!

jueves, 20 de agosto de 2009

Diana (One Shoot)

Qué extraño. –pensé, al ver una foto de carné tirada en el suelo, a pocos milímetros de mi pie. También era extraño que me pasase algo diferente en mi rutina diaria.
Un estudiante universitario de primer curso con 18, en una ciudad desconocida, haciendo lo mismo todos los días. Salir del apartamento alquilado, ir a la universidad, comer, volver de la universidad, trabajar dos horas en un restaurante como camarero y volver a casa a estudiar hasta altas horas de la noche y vuelta a empezar.
Siempre lo mismo.
Y allí, encontrarme una foto, por muy insignificante que pareciera, era algo diferente.
La cogí del suelo lentamente, le di la vuelta y la miré. Era una foto de fotomatón de una chica, pelo moreno, ojos marrones y sonrisa radiante, era realmente guapa. En la otra cara había algo escrito... Diana
Miré a mi alrededor a ver si estaba aquella chica, al parecer, no.

Al llegar a mi casa, no podía pensar más que en esa chica, en Diana ¿Me había enamorado? Imposible, sólo había visto una foto.

A la mañana siguiente, como todos los días, volví a pasar por el mismo lugar. Había otra foto. La recogí también, era de la misma chica, aunque, en diferente posición. ¿Qué estaba pasando? ¿Se le caían las fotos a aquella chica o las dejaba caer a propósito? Me llevé aquella foto también.
Parecía aquel chico de la película de Amelie que recogía fotos de fotomatón, haciendo una colección en un álbum de fotos.

Aquella noche no pude dormir, por culpa de aquella chica, por culpa de Diana. Tenía que encontrarla, encontrarla y acabar con esto. Tanta intriga no me dejaba vivir.

Al día siguiente fui unas horas más pronto a la cafetería que pasaba todos los días, donde encontraba las fotos.
No había nadie en la calle, estaba todo desierto. Yo, sentado en el bordillo, con los ojos entrecerrados, no había dormido nada.
Pasaron los minutos y nada. Se me fueron cerrando los ojos poco a poco, hasta quedar profundamente dormido.
Escuché unas voces, era una chica. No sabía si era real lo que escuchaba o era parte del sueño. No distinguía lo que decía la chica, era lejano y confuso.
Noté como me caía agua en la cabeza, estaría lloviendo. Pero yo estaba ajeno a todo ello, intentaba distinguir que decía aquella voz femenina.
Escuché pasos y luego, alguien corriendo.

Me desperté. ¿cuánto tiempo había pasado? No mucho, aún no había gente en la calle. Estaba empapado y me dolía la cabeza. Bajé la mirada y allí, me encontré con otra foto. Estaba un poco deteriorada y empapada, tenía pinta de deshacerse de un momento a otro. Pero esta foto tenía algo diferente, un número... la tinta se había corrido y no se diferenciaban los números, pero por la cantidad, era de teléfono.
Intenté distinguir aquellos números... 650...
Marqué rápidamente los números, mis manos me sudaban, estaba muy nerviso. Le di a llamar.
Escuché una leve sintonía, me giré rápidamente hacia donde provenía el sonido. Y allí estaba... aquella chica de Pelo castaño, ojos marrones y sonrisa radiante... Diana.

Muerte [One Shoot Twilight]

El olor era algo insoportable. El bebé me desgarraba poco a poco desde dentro. Tenía que salir.
El bebé se ahoga. Mi querido Edward Jacob se moría. ¡Sácalo! ¡SÁCALO!
Intentaba expresar aquellas palabras, pero, no podía. La sangre salía a borbotones de mi boca.

Notaba las manos cálidas de Jacob masajeándome el pecho. Y las manos frías de Edward intentando sacar a nuestro bebé...

- ¡Vamos, Bella! ¡Sé fuerte! –gritaba Jacob. Quería contestarle... yo no era la que corría peligro, sino mi bebé... mi bebé se moría...
- No puedo sacar al bebé... se va a morir. –escuché que decía Edward. ¡NO! ¡SÁCA A NUESTRO BEBÉ! ¡No puede morir!
Conseguí dejar de tirar sangre y tuve fuerza de conseguir decir algo.
- ¡Sácalo! –grité lo más fuerte que pude, el grito me desgarraba la garganta y hacía que me doliera más aún... pero, no me importaba, yo no era importante... -¡Por lo que más quieras! ¡Sácalo!
Noté la mirada de Jacob clavada en mí. Estaba asustado y confuso... fue lo último que vi con claridad. Mi visión empezó a nublarse poco a poco, empecé a ver manchas de colores hasta que, al final, todo negro. La oscuridad me abrumó.

No supe cuanto tiempo estuve a oscuras. ¿Me había desmayado mientras mi hijo moría? No podía hacer eso, tenía que ayudarle a salir.
En ese momento, noté algo que me desgarraba, me desgarraba y me cortaba. Sentía que me iba a partir en dos y no pude detener un grito de dolor. No pude abrir los ojos, mis párpados pesaban demasiado pero, lo intenté.
Al final, conseguí abrir lo ojos. La visión seguía algo nublada pero conseguí distinguir a Edward con algo en sus brazos... era algo pequeño. Levanté la mirada a los ojos de Edward, estaban tristes. ¿Qué ocurría?

Comprendí que era lo que llevaba en sus brazos. Levanté los míos poco a poco para que me pasara a la pequeña criatura que dormía en ellos.
- Dámelo. –dije mientras mi voz salía débilmente por mi garganta.
- No, Bella –dijo una voz desde el otro costado. Era Jacob que sostenía mi mano.
- ¡Dámelo! –grité todo lo fuerte que pude. Pero mi grito quedó ahogado por una ráfaga de dolor en mi pecho. Notaba como mi corazón empezaba a latir más débilmente. Estaba teniendo un paro cardíaco. Me estaba muriendo.
No podía hacer nada más, en mi cabeza, empecé a decir adiós a mis seres queridos. Pasé poco a poco todos los rostros por mi cabeza. Las más dura de despedir, la de Edward, la de Jacob y aquel ser que aun no tenía rostro, mi hijo.
Quería ver antes de morir el rostro de mi hijo... lo busqué por la sala en mis últimos segundos de vida y, allí lo encontré. Estaba encima de una camilla, quieto, sin moverse... ¿por qué no se movía? ¿Por qué mi bebé no se movía?
...
No, no era posible... ¡NO!
Comprendí lo que pasaba... no podía ser cierto... mi bebé no podía estar muer... ¡¡!!

Jadeé fuertemente. Edward se removió sorprendido. Giré la cabeza por todos lados, mirando a mi alrededor. Estaba en el avión, de vuelta a Forks de la isla Esme.
Todo había sido un sueño... suspiré, aliviada mientras tocaba mi estómago abultado.
- No te ocurrirá nada, pequeño, te lo prometo –susurré.

Capítulo 4 : Mi nueva casa y la gente que vive en ella (parte 2)

Tras media hora de conversaciones estúpidas por parte de Anya, el teléfono me salvó la vida. Dean entró en su habitación con el teléfono en la mano.
- Es Martha, quiere hablar contigo. –Dijo apoyado en el marco de la puerta extendiendo con desgana el teléfono hacia su hermana.
- ¡Oh! ¡Es verdad! Tenía que contarme lo de Mike. Ahora vuelvo, Melinda –me dijo con una sonrisa. Yo asentí y desapareció. Su hermano siguió allí, observando lo que hacia. A mí me daba algo de vergüenza, pero seguí con la tarea de salvar aquella maqueta.
Me sorprendió cuando, al cabo de unos minutos, habló.
- No tienes porqué hacer eso. –me dijo con el ceño fruncido. Me encontró desprevenida y no entendí la pregunta. Le miré con una ceja alzada. Él pilló la indirecta. –Hacer la maqueta, ayudar a mi hermana. No tienes porqué hacerlo, es su trabajo y si suspende, pues que suspenda.
Le volví a mirar con una sonrisa. Su bonita cara hizo una pequeña mueca de confusión, pero pronto la cambió por una preciosa sonrisa, se arrodilló en el suelo y cogió mi brazo.
- No sigas. –dijo mirándome a los ojos. Notaba como me ponía roja como un tomate. No sabía porqué notaba tanta vergüenza, era muy confuso y extraño. Bajé la mirada hasta mi brazo y en ese momento me percaté que ahí habían unos números pintados en él... el número de móvil de Dante, ya no lo recordaba. Dean se percató de lo que miraba. -¿Y esos números? ¿Algún número de teléfono?
- Sí... –susurré-, es el de una chica, nada importante, que no pude apuntármelo en otra parte.
Me percaté de lo que había dicho, ¿por qué había dicho eso? ¿Por qué había dicho que no era importante? ¿Qué hacía quitándole importancia a aquel chico que me había hablado, me había tratado tan bien sin ni siquiera conocerme? Aquel chico que creía haberme enamorado de él... Yo no era así.
- Ah vale –dijo con una sonrisa algo disimulada, yo fingí no haberla visto. En ese momento sonó mi significativa sintonía del móvil de Flyleaf. Me levanté del suelo y corriendo fui a la habitación. Rebusqué por mi maleta-bolsa, pero no lo encontraba.
Al final, el móvil dejó de sonar sin haberlo podido encontrar. Escuché como Dean se acercaba hacia la puerta.
- ¿Algo importante? –preguntó.
- No lo sé, pero si lo era, volverá a llamar sea quien sea.
Él se volvió hacia el pasillo. Le seguí y vi como se fue hacia su habitación. Sentía curiosidad por ver como era. Me acerqué y me asomé por la puerta abierta. Esta habitación también era más grande que la mía, pero no había tanta diferencia. Esta ventana conducía también a la parte delantera de la casa, donde se veía la casa de enfrente. Las paredes estaban decoradas con alguna que otra camiseta de equipos de rugby de instituto, dos estics de hockey cruzados y algunos posters de grupos de música, los reconocí todos, eran bastante buenos y me gustaban. Había una cama bastante amplia (normal, con lo alto y musculoso que era Dean), un escritorio, unas estanterías llenas de trofeos y otras con libros. Me sorprendió un poco que tuviera tantos libros, no me esperaba nada de eso de un jugador de rugby del instituto. Aunque, pensándolo bien y quitando los estics y las camisetas de la pared, era la habitación de un chico con buen gusto musical y gran pasión por la lectura.
- Bonita habitación... –susurré para mi misma, pero Dean lo escuchó.
- ¿Te gusta? –preguntó interesado y algo sorprendido de que estuviese asomada por la puerta de su habitación. Asentí vergonzosamente porque me hubiese pillado.
Él sonrió demostrando sus dientes blancos. Su sonrisa era muy bonita. En ese momento, lo único que escuchaba era mi corazón. Todos los demás sonidos carecieron de importancia o, simplemente, ya no los escuchaba.
No supe cuanto tiempo estuve en aquel “trance”, volví a mi mundo cuando empezó a zarandearme Dean.
- Eh, eh... –empezó a susurrar mientras me zarandeaba suavemente. Las pequeñas sacudidas me “despertaron”. Confusa, agité la cabeza. - ¿Qué te ha pasado? Te has quedado embobada mirándome, creía que te pasaba algo –dijo con una sonrisa.
Me reí de mi misma, de lo que me estaba pasando, de cómo me estaba comportando. Sentía algo similar a lo que me pasaba con Dante, pero algo más fluido y desenfadado. Seguía sin comprender que me estaba ocurriendo y no comprendía tampoco como es que yo reaccionaba así. En ese momento, Dean me puso su mano sobre mi hombro y lo acarició con algo de timidez.
- Creo que estoy algo cansada del viaje y eso... –susurré algo avergonzada.
- Será mejor que descanses un poco...
Y me puso la mano sobre mi cintura y me dirigió hasta mi habitación. No me creía, me estaba comportando de una forma algo extraña en mí, aunque, lo peor era que Dean me seguía un poco el juego.

Me dejó en la puerta de mi habitación. Los pocos pasos que habían entre la mía y la suya se me habían aparecido en mi cabeza millones de preguntas, todas relacionadas en que me pasaba. No me atrevía a mirar a Dean a los ojos.
- Duerme un poco –me aconsejó, y aunque, no lo veía, notaba que su sonrisa aparecía de nuevo en su rostro. Yo me limité a asentir.
Al salir, cerró la puerta poco a poco. Yo me tumbé en mi cama, confusa, cerrando los ojos poco a poco, hasta quedar otra vez completamente dormida.

Capítulo 3 : Mi nueva casa y la gente que vive en ella (parte 1)

Asentí, algo avergonzada.
- Oh, qué bien. Te estábamos esperando, querida –dijo, alegremente la mujer. ¿Querida? Pensé. -. Dean, ya la hemos encontrado –dijo, volviéndose a atrás mirando al chico que venía con ellas.
Saludé tímidamente con la mano y observé a la familia que me acogería en éste próximo año.
La mujer adulta aparentaba unos 37 años o por ahí. Parecía la típica ama de casa. Me era extraño ver que aun existían mujeres que sólo de dedicaban a la casa... algo machista. Tenía el pelo cogido en un pequeño moño y era de color rubio oscuro. Sonreía.
Dirigí la mirada a la chica, parecía de mi edad. Era esbelta y muy guapa, algo baja y en muy buena forma. Rubia y de pelo liso. Animadora seguro.
Por último, miré al chico que se acercaba. Era fornido y alto. También era muy guapo y tenía el pelo, corto y de punta, rubio. Por la musculatura de sus brazos supuse que era jugador de rugby.
Suspiré. La típica familia me había tenido que tocar... seguro que el padre era el que trae el dinero a casa y lee todas las mañanas el periódico mientras se toma su café.
- Chicos, ésta es Melinda –dijo la ama de casa con una sonrisa en sus labios-. Yo soy Elizabeth y éstos son mis hijos: Dean y Anya –sonreí tímidamente y ellos me respondieron con un asentimiento. Empezamos bien...

Elizabeth no paró de hablar hasta que entramos en el coche. Decía que iba a estar muy bien en su casa y que me lo pasaría genial. Yo me limitaba a asentir en el momento adecuado.
Sus hijos tenían cara de aburridos.

Entramos en el coche y me senté en la parte trasera junto a Anya.
Ésta sacó un espejillo y se miró. Al ver que estaba perfecta lo guardó. Dean toqueteaba la radio en busca de una emisora.
- ¡Eh! Quiero escuchar esa canción de Beyoncé –espetó Anya.
- Esa tía es una mierda. La música que escuchas es una mierda –dijo mientras seguía buscando alguna emisora decente.
- Anda que la tuya... –susurró ella.
Elizabeth les miro de forma amenazadora y ellos se encogieron. Qué familia más feliz...
El resto del viaje en coche fue de un silencio algo incómodo.

Llegamos a aquella casa una media hora después. Era grande y clara.
Entramos en la casa. Era bastante acogedora y estaba llena de vida, algo, que era extraño en mi casa, ya que, mi madre se pasaba el día trabajando y yo me quedaba en casa, sola y sin compañía.
Dean me cogió mi “maleta-bolsa” y la subió por las escaleras. Le seguí, algo atolondrada, no sabía adonde ir y me limité a callar.

Al llegar al final de las escaleras, giro a la derecha y se adentró en un pasillo donde asomaban 4 puertas. Pasó de largo las 3 primeras y se paró en la última. Aminoré el paso y me detuve enfrente también. Observé lo que supuse que era mi futura habitación.
En ella había una cama, un escritorio, una mesilla de noche y un armario no muy grande. Entré despacio. Era bastante acogedora (por no decir algo pequeña) y algo que me llamó fue una ventana bastante grande que había. Me acerqué a ella, daba a la parte delantera de la casa. Se veía el jardín, las demás casas... Era un barrio bastante grande y tenía pinta de valer mucho las casas, todas eran muy grandes.

- Bueno... te voy a dejar a solas para que pongas tus cosas en tu sitio... –dijo Dean y salió de la habitación.
Volví a observar aquella habitación. Me gustaba bastante.

Puse mi maleta sobre la cama y la abrí. Saqué poco a poco mi escasa ropa y la fui colocando en el armario.
Mi maleta se quedó vacía a los pocos minutos. Acabé tumbada en la cama mirando el techo. Suspiré. Una nueva vida en Texas... que mal sonaba eso.
Intenté rememorar recuerdos felices, era algo complicado siendo yo.

>>-Ése también es muy guapo –dijo con una carcajada Sophie, señalando a un tío con una pinta horrible.
- ¡Tú estás loca! –grité, riéndome también. Estábamos mi mejor amiga y yo en el centro comercial, viendo a los chicos pasar y criticándolos. Sophie quería que tuviera un novio, siempre hacía lo mismo cuando se ligaba a un chico nuevo.
- Con lo guapa que eres y sin novio... –dijo Sophie con un suspiro- Quizá con un cambio de imagen...
- ¿Qué tengo de malo? –me quejé sonoramente.
- Si te maquillaras estarías más mona... y si te pusieras ropa más ceñida...
Suspiré. Ya le había dicho mil veces a Sophie que yo no era así, no me gustaba maquillarme ni arreglarme mucho, pero ella era muy cabezota.
Nos quedamos en silencio un rato. Ella seguía buscándome “pretendientes” y yo miraba con ansia la heladería del centro.
- ¡Ajá! –escuché que gritaba Sophie.>>

En ese momento escuché un ruido. Abrí os ojos poco a poco, me había quedado dormida encima de la cama. Al darme cuenta, miré el reloj de mi muñeca. Sólo había pasado media hora en mi mundo de sueños.... menos mal.
Me recosté en la cama y busqué de donde provenía aquel ruido. Salí de la habitación y miré al pasillo. Escuché como se quejaba sonoramente con un taco Anya. Me acerqué a su habitación y la vi con cara de enfado y una cosa extraña en el suelo, estaba rota.
- Perdón... –susurré. Anya se giró bruscamente y miró a su “cosa” en el suelo.
- Lo siento, no quería asustarte,... es que se me ha caído una maqueta que tenía que dar mañana... si no hago esta maqueta de un lagarto me suspenderán... –dijo con voz triste y yo miré a la maqueta del suelo, ¿eso era un lagarto?
Me senté a su lado en el suelo y cogí los trozos de maqueta.
- Te puedo ayudar si quieres, pero tendrás que hacerla de nuevo, no parece nada un lagarto.
Ella sonrió tímidamente y nos pusimos en ellos.

Mientras hacíamos una maqueta decente, investigué un poco su habitación. Era más grande que la mía y las paredes eran de un tono blanquinoso y rosado, había un armario realmente grande, una cama con una colcha de color rojo y un cojín de corazón y por las paredes colgaban algunas fotos de ella y supuse que de sus amigas y algunas cantantes de pop. Me pareció la típica habitación de una adolescente rica y algo infantil.
Ella se dio cuenta en como observaba la habitación.
- ¿Te gusta? –preguntó con una pequeña sonrisa.
Es una habitación bastante infantil, teniendo en cuenta que eres un año mayor que yo, y algo fea es. –pensé sinceramente, pero no podía decirle eso.
- Es bastante mona –dije para que me entendiese. Ella sonrió complacida.Tenía la sensación que no acabaría de llevarme muy bien con ella por la diferencia de gustos.

Capítulo 2 : ¿Amor?

El corazón se me había vuelto loco. No podía creerlo. Mi corazón había muerto hace años... no era posible que siguiese latiendo y no de esa manera.
Dante miraba por la ventanilla sin inmutarse. ¿Cómo no lo podía oír? Latía tan fuerte que casi se me podía salir del pecho.
Su mano aún permanecía cerca de la mía, no encima, pero la rozaba. Tenía unas ganas terribles de cogérsela. No, no podía hacer eso... él no sentiría lo mismo que yo...
Pero... ¿Qué sentía yo? Él me gustaba... no, no me gustaba, era algo más...
¿Amor? No, imposible. Amé a alguien hace tiempo y no fue una experiencia muy agradable. Pero aquel sentimiento era muy fuerte... no podía ser otra cosa.
- ¿Y porqué vas a Dallas? –preguntó repentinamente, me dio un susto y todo.
Tardé unos segundos en reaccionar. Me quedé mirando sus ojos de color azul cielo.
- Ah... pues... estoy por un intercambio...-susurré avergonzada.
- Oh, qué bien. Lo mismo Dallas no te gusta mucho... vienes de NY y todo allí es muy... no sé como decirlo...
¿Grande, pijo? Pensé.
- Quizás... estrambótico.
- ¿Estrambótico? –pregunté, confusa.
- Sí -dijo riéndose de mi expresión-, es la sensación que me dio.
Era curioso, me empecé a reír yo también. Hacía bastante que no me reía. Era una sensación muy...¿feliz?
...

Noté como algo me movía levemente. Abrí lentamente los ojos, me había dormido.
Todo estaba algo oscuro y vacío. Notaba que estaba apoyada en algo, me giré y vi el rostro de Dante a pocos centímetros del mío.
- Ya hemos llegado Melinda.- dijo con voz suave.
Noté como la sangre me subía a la cabeza. Me recliné rápidamente.
- Lo siento mucho... me dormí encima tuya...
- No te preocupes, pero, tendríamos que ir saliendo ya. Esto está vacío.
Asentí y rápidamente cogí la pequeña bandolera que llevaba.

Salimos del avión. Noté como llevaba colgando los auriculares del MP3, aún seguía sonando la música.

Cogimos las maletas y salimos hacia donde esperaba la gente a los pasajeros. No sabía quienes eran los que me recogerían, pero, suponía que llevarían un cartel con: “Melinda Smith” escrito.
Giré la cabeza hacia Dante. Él no parecía buscar a nadie.
- ¿Nadie viene a por ti? –pregunté, mi voz era casi inaudible con el follón que había a nuestro alrededor.
- No –respondió-, pero te esperaré, no voy a dejarte sola en una ciudad que no conoces.
¿ Me va a esperar? ¿A mí? ¿A una chica que había conocido hace escasas horas?
- No tienes porqué esperarme, puedes irte. –respondí, aunque, no era mi deseo que se fuera. Miré sus ojos azules. Recorrí con la mirada todo su cuerpo, antes o había visto un poco pero, me paré a observar cada parte con detalle, ¿sería la última vez que fuera a ver? Seguro. Pelo negro, corto, mirada azul y distante, torso atlético, piernas y brazos musculosos...
- Creo... creo que tu familia es esa –dijo, despertándome de mis pensamientos y señalando a una mujer, un chico y una chica que miraban a todos lados.-, los de allí.
Acerqué un poco y los observé de más de cerca. Como había imaginado, la mujer tenía un cartel en la mano que ponía mi nombre. Suspiré. Sí, era mi familia de acogida.
Volví la mirada a Dante, él me miraba con una sonrisa ero con algo de nostalgia en los ojos.
- Bueno, me voy ya... –dijo mientras miraba hacia el fondo. – Adiós.
- ¡O-oye! –grité, él se giró velozmente. Me arrepentí me sonrojé.- ¿Crees que nos volveremos a ver? Es que... eres muy simpático y eso...
Él sonrió y se acercó a mí. Cogió un bolígrafo y me cogió el brazo. Empezó a escribir en el brazo.
Pude ver lo que escribió cuando acabó, un número de móvil.
- ¿Me llamarás? –dijo con una sonrisa, ¿nunca se hartaba de sonreír?
- C-claro...
Sonó una alarma. Dante cogió su móvil rápidamente y abrió la tapa.
- Me tengo que ir –dijo con una mueca.-, llámame, ¿vale? ¡Adiós!
Me despedí con la mano, algo aturdida. Respiré hondo y me dirigí hacia la pequeña familia. Venga, Melinda, tú puedes. Me dije a mí misma.

Fui a paso lento, tapándome el número de teléfono. Al acercarme a ellos, la chica joven se giró hacia mí y me miró. Poco después, tocó a la mujer adulta y me señaló.
La mujer adulta se acercó a mí a paso ligero.
- ¿Eres Melinda Smith?

Capítulo 1 : El principio de todo

Me despedí con la mano de mi madre. Ella sonreía y me gritaba cosas como “¡Te lo pasarás bien!” o “Llama pronto”.
Sólo me iba de viaje. Pensaba, avergonzada. Escondiendo mi cara en la chaqueta que llevaba en mi mano.
Un intercambio, la verdad, mi madre no tenía mucho dinero para llevarme fuera de EEUU, así, que sólo llegaba para irme a otro estado... De Nueva York a Texas... por favor... ¡Yo no quería ir a Texas! ¡A Dallas! ¡Quería quedarme en Nueva York! O irme a algún país de Europa... pero no ir a Texas.
“Necesitas un cambio de aires... han pasado muchas cosas en estos últimos 5 años, y tú, ya no sales con tus amigas, estás como... muerta” decía mi madre, cada día desde que me anunció que me iba a Texas un año. Aunque, tenía razón. Ya no tenía ni amigos, me los días enteros en casa... Pero, no me importaba lo que dijese la gente, yo quería desaparecer. Irme a algún país de Europa y seguir mi vida allí.

- Les informamos todos los pasajeros que el vuelo 97, con destino Dallas, Texas. Ha sufrido un retraso de 1 hora. –anunció el megáfono. Oh, genial, una hora encerrada en el aeropuerto.
¿Qué haría? Encima que no tenía ganas de irme, tenía que esperar una hora en ese maldito aeropuerto... ugh...
Cogí mi cámara de fotos, mi madre me había convencido que la cogiese. Me parecía una tontería.
Hacía años que no se utilizaba, era de mi padre. Me la regaló cuando se fue de casa.
Ojeé unas cuantas fotos. Habían fotos mías y de mis amigas... esas estúpidas pijas que ahora eran animadoras con un novio diferente por semana. Las odiaba.
Seguí mirando, encontré unas fotos con mi hermano, en el cumpleaños de mi madre de hace bastantes años. Íbamos del mismo color vestidos. Me entraba nostalgia el ver a mi hermano... pero, ya no tristeza. Ya lo había superado. Fui pasando rápidamente las fotos siguientes, no quería ponerme a recordar hechos pasados.
Encontré una foto mía y de mi novio, el único novio que tuve en mi vida... otra persona a la que no quería ver nunca más. Bufé y tiré la cámara al suelo.
¡No! ¡¿Qué había hecho?! Dejé caer mis rodillas al suelo y cogí la cámara. No se había roto nada... menos mal...
Seguí buscando indicios de daños. Encontré que se le habían caído las pilas. Miré por el suelo y vi una mano extendida enfrente mía.
- ¿Son tuyas? –preguntó una voz masculina.
- Sí, gracias. –dije, arrebatándoselas de sus manos y, aún en el suelo, se las coloqué a la cámara. Me levanté y me dirigí hacia mis maletas, sin importarme de mirar a la cara de el chico.
El chico siguió mis pasos... ¿Qué quería? Ya me había dado las pilas, ¿no? ¡Pues que se marche por dónde ha venido! El chico se colocó a mi lado. Ignoré que estaba y me dispuse a mirar al panel de vuelos, para disimular.
Pero la curiosidad mató al gato. Le miré mientras mi pelo liso y castaño me tapaba la cara. Era realmente guapo, pero, seguramente sería de esos tíos superficiales que están obsesionados por su cuerpo y quieren estar cachas.
Tenía a sensación que odiaba a todos sobre la faz de la Tierra... que todos eran idiotas...
Volví la mirada al panel. Retrasado... retrasado... retrasado...
Empecé dar golpes con el zapato en el suelo, la idea de irme a Texas no era muy atractiva, pero, era mejor que estar en aquel aeropuerto.
Miré otra vez a aquel chico, me estaba mirando. Volví la cara, avergonzada. No sabía que hacer. Vi el baño, mi salvación. Fui corriendo hacia él.

Me tiré agua a la cara. No estaba acostumbrada a que la gente me mirara. Era una de esas chicas que no captan la atención, era muy tímida, al menos, ahora sí.
Me miré al espejo. No era una chica muy guapa, ni muy atractiva... era todo lo contrario...
Odiaba mi pelo liso y castaño, odiaba mis ojos verdes, odiaba mis labios finos, odiaba mi complexión larguirucha y sin curvas... ¡me odiaba entera!
Era la típica chica de instituto que todo el mundo cree que acabará como una bibliotecaria, sola, en una casa llena de gatos.
En ese momento, unas chicas salieron del baño. Me encogí y me dirigí a la punta del lavabo, contra la pared.
- ¡Qué asco de baños! –espetó una rubia de bote.
- Ya ves... estoy esperando a Los Ángeles... NY está bien... pero nada en comparación con Beverly Hills. – respondió otra morena. Oh genial, unas pijas.
- Pues sí... –dijo, mientras me miraban con mala cara. Salí del baño corriendo, cogiendo mi “maleta”, que era una bolsa.
Tan despistada, que al salir del baño me choqué con alguien. Por la inercia, acabé en el suelo.
- ¡Lo siento mucho! –grité, avergonzada.
- Lo siento yo... tú has acabado en el suelo... –me extendió la mano. La cogí y me ayudó a levantarme. Alcé los ojos para mirarle la cara. ¡Mierda! ¡Era el tío de las pilas!
- ¡Ah! ¡Tú eres la chica de la cámara! Que coincidencia, ¿no? –dijo con una sonrisa en la cara.
¡Qué mala suerte! Con todas las personas que habían en aquel aeropuerto, tenía que volver a encontrarme con él... no es que le tuviera manía...
- Sí, es verdad... –susurré. El chico seguía mirándome. Miré hacia el suelo, sentía verdadera vergüenza... ¿cuánto tiempo hacía que nadie me miraba con esa intensidad? Quizá... nunca.
Miré rápidamente al panel de vuelos... ¡el avión estaba ya!
- Ehh... lo siento, pero me tengo que ir. –dije, y rápidamente salí corriendo de allí. ¡Salvada!

Cargué rápidamente mi maleta. Pasé el control de metales. Todo. Ya había dicho adiós a mi ciudad amada y cuanto antes me iría, mejor, así no podría huir de mi destino.

Subí al avión, no era muy grande e iba en la sección de turista. Me coloqué alejada a las ventanillas, había conseguido que el vértigo desapareciese, pero, aún no estaba muy segura si me volvería aquel miedo. Me senté. Tenía toda la pinta de ser un viaje aburrido,... yo y mi optimismo.
Cogí mi libro, mi preciado libro de Edgar Allan Poe; El Escarabajo Dorado. Lo empecé a leer, intentando ignorar el despegue del avión.
Hubieron unas pocas turbulencias, quería poder tener una seguridad, agarrarme a algo, pero no tenía nada. Me hubiese gustado tener una mano a la que coger. Sentía miedo... ¿el vértigo había vuelto o es que tenía miedo a los aviones?
Apreté mi mano contra el posabrazos del asiento, tenía las manos rígidas y temblaban levemente.
Noté un movimiento brusco en el avión. Reprimí un grito entre mis dientes. ¿Turbulencias? Oh no...
En ese momento, note como una mano se posaba sobre la mía. Me la cogía.
- No te preocupes –susurró una voz-, no te pasará nada.
Aquella voz me pillo desprevenida. Con los ojos algo llorosos me giré hacia aquella vez. El destino me había cogido manía, era el tío de las pilas.
Había estado tan agobiada que ni me había dado cuenta de quien tenía a mi lado. No me desagradaba tener su mano sobre la mía, pero, lo veía extraño. Notaba una sensación que no reconocía, me era familiar, como si, hace tiempo la hubiese notado, pero seguía sin reconocerla.
Noté otro temblor, era más pequeño pero me siguió dando miedo. Le cogí la mano más fuerte pero, después me arrepentí.
- No te preocupes... no ocurrirá nada. –dijo con una sonrisa.
- Estimados pasajeros. Estamos sufriendo unas pequeñas turbulencias, pero, no se preocupen. Pónganse el cinturón de seguridad y manténganse en sus asientos, en unos minutos las turbulencias desaparecerán. –anunció el interfono del avión.
- ¿Ves? –puntuó.- No tienes que agobiarte, en unos minutos se pasará.
- No creo que aguante unos minutos. –susurré. Rió.
- ¿Cómo te llamas? –preguntó, cambiando de tema.
- Melinda, ¿y tú?
- Dante. –dijo con una sonrisa radiante. Le devolví una yo también, pero, no era tan perfecta como la suya. Mi corazón empezó latir un poco más rápido. ¿Qué te pasa, corazón?¿Qué ocurre? Aquella sensación era muy extraña... era aquella sensación otra vez que había sentido hace unos escasos segundos. ¿Acaso...? No, imposible... yo me había convertido en algo frío, gélido... no volvería a conocer aquel sentimiento.
Las turbulencias cesaron repentinamente.
- Ya ha parado todo... ¿estás bien?- Sí...-susurré... quizá de maravilla.